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miércoles, 25 de mayo de 2016

Merece la pena

Si cerramos los ojos y nos aislamos, podemos sentir de nuevo el alma huyendo del cuerpo, igual que aquel día en que morimos.
¿Nunca habéis muerto?
Buah, pues es la hostia, indescriptible, un subidón de adrenalina salvaje. Como un salto al abismo sin red ni salvación. Como un fuego cruzado y tú en el medio sin escudo. Como un colocón de jueves de hace 15 años. Como un polvo urgente con la ropa puesta en los baños del bar.
Merece la pena morir solo para sentir en los instantes previos lo vivo que estás.
¿Nunca os habéis sentido vivos?
Por favor, miraos al espejo y prometeos no morir sin antes haber sentido que vivís. Que el corazón amenaza con reventar las costillas para escapar del pecho. Que el pulso palpita en cada centímetro cúbico de vuestras venas. Que perdéis la conciencia y os dejáis llevar.
Merece la pena luchar con uñas y dientes, desesperadamente, por un instante así.
¿Nunca habéis luchado a la desesperada?
Como animales. De forma salvaje. Instintiva. Primaria. A dentelladas. Agarrando a la vida del cuello, clavando los colmillos, sacando las garras, dejando un rastro de sangre a vuestro paso. Supervivencia. Morir. Matar. Seguir adelante lamiéndote las heridas.
Merece la pena gritar muerta de miedo, desesperada, vaciarse de todo y volverse a llenar.
¿Nunca os habéis quedado vacíos?
Secos. Sin más lágrimas. Desconsolados. Acorralados. Enjaulados. Destrozados. Y entonces ventilas el corazón, abres de par en par el alma, vomitas las mariposas muertas y escupes el odio y el rencor. Y de pronto sonríes. Joder, que bonita era por dentro, no me acordaba. Y ya eres casa.
Merece la pena sentirse hueco cuando el plan es hacerse hogar para alguien.
¿De que os estaba hablando?
Ay, sí, de morir mil veces, de sentirse vivos, de luchar como animales, de aullar de dolor, de romper los pulmones a voz en grito, de llenarte de vida, de amar.
De vivir.

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