Te voy a echar de menos toda la vida, pero toda la vida seguiría cerrando la puerta de nuestra historia si tú llamaras al timbre de nuevo.
Porque al amor no le basta con querer, porque hay palabras que dejan cicatriz y besos que tapan mentiras. Ya sé que era amor, créeme que nunca he dudado de que me quieres, tanto tanto, como yo te quiero a ti, incluso ahora. La diferencia no es el fondo, sino la forma de querernos que tenemos: tan incompatible, tan pletórica, tan intermitente, tan a ratos, y tan de volvernos locos el uno al otro.
Es cierto que toda la vida van a faltarme tus cosas, que también eran mías, aquellas que eran nuestras y de nadie más.
Creceré, me haré vieja, y me sentaré en una mecedora a recordar aquella época en la que caminé junto a ti por las nubes, sin sentir en mis hombros el peso de la rutina, de la vida. Porque tú eras la escapada perfecta, el sueño de una noche de verano, la resaca feliz, el olor a libertad, el aire en la cara viajando en moto, y el ataque de risa de un niño. Todo eso eras tú y todo eso me dabas. Pero jamás fuiste refugio, sino huida. Y cuando quise quedarme para siempre a formar un hogar, llegaron los problemas. Descarriló el tren, se convirtió el sueño en pesadilla, tuve pánico a chocarme y, finalmente, me estrellé.
Cerré entonces las puertas, las ventanas y lo que quedaba de mi corazón siniestrado.
Estábamos locos de amor, pero con querer no bastaba, además había que entenderse, completarse, respetarse, admirarse, sincerarse y, sobre todo, protegerse.
Desde entonces no tengo dudas: te dejé ir para que me buscaras, y acabé encontrándome a mí misma en la felicidad tranquila de no esperar a nadie.
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