Empezamos, como empiezan siempre todos; tampoco nos iba a faltar a nosotros la venda de la ilusión. Risas, besos, ganas de vivir, juventud, sueños, y algún que otro enfado. Pero amor, sobre todo amor. Amor del más intenso, del que ya no queda, del que creemos que nadie más tiene, pero todos los demás creen vivir también.
El mayor problema del amor es que tiene que haber dos. Dos que piensan diferente. Dos que actúan diferente. Dos que no se ponen de acuerdo, que encaran la vida de diferente manera, que dan lo que saben dar, o lo que pueden, o lo que quieren.
Te di lo todo lo que pude, sin pedir nada a cambio. Te di todo lo que tenía, sin esperar que hicieras lo mismo por mí. Un año, otro, y otro. Mucho tiempo. Y no te pedí lo mismo, pero muchas veces me quedé sentada esperando cosas que jamás obtuve de ti.
El problema del amor es que tiene que haber dos. Dos que evolucionan de manera diferente.
Todo es perfecto hasta que deja de serlo. Y dicen que deja de serlo sin avisar. Que deja de serlo en bajito, de puntillas, casi sin hacer ruido. Pero no es cierto; deja de serlo a gritos, pero no lo oímos. No lo escuchamos, o no lo queremos escuchar. Nos dejamos llevar, queremos pensar que todo es igual que siempre. No queremos ver los fallos y lo que se debería mejorar porque no nos queremos esforzar.
Te dije que te daba todo a cambio de nada. Vale, era mentira. Pero yo no lo sabía. Yo no sabía que un día me despertaría sin nada porque te lo había dado todo. Yo no sabía que me iba a quedar vacía y que no iba a haber nada que te pudiera ofrecer. Yo no sabía que el amor se muere cuando no hace más que dar y no recibe nada. Yo no sabía que no pedir no es sinónimo de no necesitar.
Te lo di todo, y a cambio, hoy no tenemos nada.
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