Hay asuntos que, por mucho tiempo que pase, siempre viajarán conmigo.
Somos lo que pensamos, lo que hacemos, lo que soportamos, como actuamos, lo que dejamos en los demás, nuestros aciertos y nuestras equivocaciones, arrepentimientos y vehemencias, pero también somos -en parte- lo que nos acompaña en el recuerdo a cada paso que damos.
Hay asuntos que permanecen alojados en la memoria y que, a no ser que la cruel agonía de un Alzheimer me los quiera ir sumergiendo poco a poco entre la niebla de un doloroso olvido involuntario, formarán parte de mi ser mientras que tenga conciencia.
Esos asuntos son personas, lugares, captaciones sensoriales y experiencias que me hicieron sentir intensamente la vida en algunas de las dos caras de –esa- su afilada daga por la que mantenemos el equilibrio. Todos me ayudaron a crecer porque tengo por costumbre insistir en lo bueno y aprender de lo malo para ir esquivándolo. Es por ello que no renuncio a llevarlos conmigo grabados en la piel, abrigando mis sentidos para hacerme estar atento a lo que sucede alrededor.
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