Calla.
No me digas que tú también lo pensaste y te arrepentiste. Que creíste por un momento que el amor podía sostener el mundo y descubriste que no. Que algo tan delicado podía cargar con el peso de todos los odios, podía borrar la tristeza de los ojos, los adioses, las cicatrices de otros brazos, las heridas que aún sangran.
Y no sé.
Tal vez es que soy menos romántica o más práctica o no creo tanto en los amores infinitos ni en las películas de lágrimas y final feliz o en graffitis escritos en puentes de la autovía diciendo que te quiero a tres metros sobre el cielo, en fin.
Pero te juro que cuando me miras con esos ojos, ya sabes a qué me refiero, y vienes y me dices guapa, y me besas como al principio, siento que nos estamos suicidando. De una forma muy bonita, no lo niego. Pero qué quieres. Oigo como carga la bala de la pistola que apunta a tu sien, y a la mía. Oigo como prende la mecha de la dinamita. Oigo como se afila el cuchillo. Oigo como se desprende el seguro de la granada.
Y en realidad no me importa, por qué vamos a engañarnos.
Que yo sé que algún día vamos a matarnos, perdona que no pueda darte más datos. No sé si será el uno al otro, entre miradas de odio, o si cada uno a sí mismo, totalmente autodestructivo, o los dos juntos y de la mano saltando al vacío, pero sí, algún día esto nuestro tiene que matarnos. Morir no, eso es imposible. No hay quien mate algo así. Y claro, lo que no muere, asesina. Y pienso en la belleza brutal de todo esto, tú cadáver y asesino, yo psicópata y víctima, y ya me conoces, soy muy de cines y series y novelas negras, y oye, si tenemos que destruirnos, que sea así. Yo voto o bien por una explosión con olor a metralla en cada adiós, y la distancia insalvable reflejada en nuestras miradas, o si no, una muerte lenta, juntos, envenenándonos un poco más en cada te quiero, en cada no te vayas nunca, mintiéndonos con cada no puedo vivir sin ti.
Sí, mejor eso.
Miénteme y dime que sin mí la vida no es vida. ¿Hay mentira más bonita?. ¿Hay forma de morir más dulce?.
Pero que dure hasta el final, para poder recordar tus palabras para siempre.
Lo siento, es verdad que debería hablar del amor lleno de besos y abrazos y ramos de rosas. Pero no sé hacerlo, y tiendo más a pensar en cementerios, que ahí también se dan abrazos y besos y se dicen te quieros y se llevan flores. Y si celebramos el amor y la muerte de igual modo, por algo será.
Y es que no sé ya vivir sin ti, o bueno, qué cojones, claro que sé, pero no quiero. No me da la gana. Me gusta saberte ahí, a mi lado. Equilibrando mi locura. Estabilizando mi mundo. Poniendo algo de cordura a mis desvaríos.
Que igual el amor al final también es eso.
Compensarme para que no enloquezca.
Y que me sigas mintiendo.
Aunque los dos sabemos que soy insoportable.
Pero bueno, me soportas.
Y sigo escuchando el tic-tac del reloj marcando la cuenta atrás.
Pero te miro y oigo tu risa, y tu voz, y tus pasos, y también tus enfados, por qué no, y hay momentos en los que se difumina todo.
Y oye, que vuelvo a creer por un momento que el amor sí que puede sostener el mundo. Igual no el planeta. Pero sí mi mundo, el mío, y el tuyo. El nuestro.
Así que calla.
No me digas nunca que tú también lo pensaste y te arrepentiste. Porque lo único que me queda es agarrarme a ti. Así que no me digas nunca que piensas como yo. Porque yo creo en ti. Yo, que casi cada día pienso en mandarlo todo a la mierda. Pero agito la cabeza y saco esa idea absurda de mi mente. Y vuelvo a recordar que eres la página que no pienso pasar. Que eres el tren del que no pienso bajarme. Que eres el billete de ida. Que eres la piedra con la que más me gusta tropezar. Que eres los brazos que mejor me salvan del naufragio y la mirada que mejor sabe desvestirme. Que eres quien consigue que mi vaso no esté siempre más que medio vacío.
Así que calla.
Y sólo dime que el amor todo lo puede.
Y yo prometo creerte.
Y sentir que estoy en la cima del mundo.
Al menos un poco cada día.
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