El principito

-Adiós- dijo a la flor.
Pero la flor no le respondió.
-Adiós- volvió a decir.
La flor tosió, pero no exactamente porque tuviese un resfriado.
-He sido una necia- le dijo ella, finalmente -. Te pido disculpas. Trata de ser feliz.
Quedó impresionado porque ella no le recriminara nada. Quedó confuso, con la campana en la mano. No entendía aquella suave ternura.
-Sí, te quiero- le dijo la flor-. No has aprendido nada por culpa mía. No tiene importancia. Pero tú has sido igual de tonto que yo. Intenta ser feliz. Ya no quiero tu campana, déjala tranquila.
-Pero el viento...
-No estoy tan resfriada como para... Soy una flor. Me hará bien el aire fresco de la noche.
-Pero ¿Y los animales?
-Si deseo conocer a las mariposas, tendré que soportar a dos o tres orugas. Pienso que son muy bellas. Si no, ¿quién me va a visitar? Tú estarás muy lejos. Con respecto a las fieras, no les tengo miedo. Poseo mis garras.
E ingenuamente le enseñó sus cuatro espinas. Después agregó:
-No esperes más, es muy triste. Si has decidido irte, márchate.
Era una flor demasiado orgullosa. No quería que la viera llorar.